Estoy rodeada, los tengo a los tres, me siento Afrodita seduciendo sin parar. Hablo a uno, miro con complicidad al otro, acaricio al tercero. Los tres buscan tenerme, me resisto pero juego a que ellos luchen por eso. Soy su objeto de deseo, y a pesar de pensar que en general detesto que me traten como tal, viniendo de ellos no solo lo permito, sino que también me agrada, me entusiasma, me excita.
El primero saca una espada, la empuña con todo el vigor de su virilidad, los otros dos los segundan y comienza una batalla frente a mi, por mi. Derraman sangre por toda la habitación, salpicándome, manchando mi piel y las pocas vestiduras que llevo. Luchan, se hieren entre ellos, hasta darse muerte simultáneamente.
Ahora me lamento, por no haberlos usado, por no haber aprovechado esa situación, por no haberme divertido con ellos. Por no haber gozado.
Me limpio, me produzco y salgo a la búsqueda...
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