Anoche estaba sentada en el balcón, fumando del narguile que me regalaron, estaba mirando la calle, los movimientos recurrentes de la cuadra. Pasó un auto con ese tema que me volvía loca cuando iba a las clases de salsa. Me acordé del profesor, un cubano que estaba realmente muy bien, piel dorada, siempre, siempre con musculosa blanca y esos joggins que le dejaban una cola perfecta. Acordarme de él, me hizo revivir lo que había pasado entre nosotros un tiempo atrás, unos meses antes de su viaje.
En mi afán de conseguir a quién amar, el papel elegido había sido intentar parecer una persona totalmente dispuesta a todo y que se dedicaba,con ganas, a conocer nuevas culturas, -le dije que estudiaba las diferentes culturas para que cuando me tocara hacer el papel de una extranjera sea lo más verosímil posible-, "algo así como una antropóloga de las artes" recuerdo haberle dicho. Y no resultó tan mal. A las dos semanas de haber comenzado a bailar, él me invitó a cenar. Me había dado su dirección con la promesa de cocinarme un plato típico de la Habana y practicar unos pasos que todavía me costaban...
Así fue, en el día y horario acordados, fui a la dirección que tenía anotada en mi agenda. Cuando llegué al lugar y noté que el número que figuraba en el papel correspondía a lo que yo tenía en mi imaginación como "la casa de los sueños" una especie de felicidad empezó a invadirme. Era un viejo caserón con un laaargo pasillo que llevaba a un jardín interno, en uno de los costados de este jardín dos puertas, que se desplegaban hacia lo alto como dos columnas gruesas. Entramos por la puerta izquierda. Allí, él había preparado un mesa espectacular, llena de comida. Me invitó con una cerveza y puso un poco de música para hacer más amena la incomodidad del encuentro. A los minutos trajo la comida faltante y me explicó qué era cada cosa, cómo se llamaba y cómo era la receta. Ahí me di cuenta que todo mi personaje se caía, se derrumbaba como cualquier construcción sobre arena. No tenía ni la más pálida idea de cocina. Nunca había entrado a un lugar como ese, no sabía ni para qué servía el aceto balsámico. Él notó mi falta de conocimientos culinarios, pero hizo de cuenta que nada había sucedido (creo que en el fondo se divirtió con eso). Comimos cosas muy ricas y para la hora del postre abrió un champagne.
Ya con la botella de champagne vacía, él puso unos temas que me fascinaron y me sacó a bailar. Obviamente, en ciertas situaciones tengo el sí demasiado fácil y me presté a danzar con el hombre de piel dorada y movimientos generosos. Para el tercer tema, aproximadamente, el ritmo de la música -y también el nuestro- comenzó a cambiar, se hizo más lento, más pesado. Me empezó a besar el cuello, me dio vuelta (todo sin dejar de bailar) y siguió besándome por la espalda. Me asusté, me desprendí de sus manos y me senté en la mesa. Observé que en mi copa aún quedaba champagne. Lo tomé todo de un sorbo. Él notó mi nerviosismo y me dijo con su tono centroamericano que me volvía loca: "Tranquila chica, estas viviendo la cultura cubana, ven p'aquí a bailar conmigo". No pude resistirme y caí en sus brazos.
Fue así como volvió a besarme por el cuello, pero en vez de resistirme, acompañé sus besos con caricias. Cuando me di cuenta nuestras ropas descansaban en el sillón y nosotros nos dirigimos a su cuarto, mejor dicho, él me llevaba a su cuarto entre tropezones, besos y caricias.
En su cama, y en la hamaca paraguaya, nos matamos a besos y un poco más. El único testigo, que nos miraba fijamente, era el Che con su habano en la mano. Yo creo que incluso, desde su posición en la pared, sonreía al vernos pasarla tan bien.
Me quedé a dormir con él, pero al otro día a primera hora me estaba volviendo a casa.
Esa misma tarde, tuve sesión con mi psicóloga, quién me hizo reflexionar sobre todo lo que había hecho y lo mal que estaba ser "una chica que se deja llevar por sus pulsaciones más débiles: las pulsaciones de la carne." Eso me tuvo mal todo el día. No podía conmigo misma.
Alrededor de las diez de la noche, lo llamé presurosa, le dije que necesitaba hablar con él urgentemente, que no lo quería molestar, pero que era necesario. Quería decirle que no lo quería ver más, que todo lo que había sucedido la noche anterior era una confusión, que todo había sido producto del alcohol. Las palabras de mi psicóloga retumbaban en mi cabeza. Él me dijo que vaya a su casa que ahí íbamos a poder hablar tranquilos.
Apenas toqué el timbre, él me abrió con el portero eléctrico y me dijo que pase. Entré, pasé por el jardin, que nada tiene que envidiarle a los de Babilonia, y golpeé la puerta izquierda. Él me atendió, me hizo pasar y me llevó hasta la cocina. Pude notar que algo se preparaba en el fuego. Me invitó un vaso de agua y mientras yo bebía, él fue apagando todos los fuegos (en este momento me acordé del cuento de Córtazar: "Todos los fuegos, el fuego"), pero paradójicamente creo que había otro que estaba bien prendido y nos incendiaba. No llegué a vaciar mi vaso, cuando me lo sacó de las manos y me empujó de un beso hacia la heladera.
De la heladera me transportó al sillón, del sillón a la cama y desde la pared el Che sonreía de manera cada vez más picara. No pude decirle nada de lo que tenía pensado decirle. Solamente decidí no ir más a la psicóloga mientras esto durase.
Durante poco más de tres semanas la historia se repetía cada día por medio. Cocina- heladera- sillón- cama - hamaca paraguaya; o en su defecto hamaca - cama. La pasábamos muy bien. De a ratos hacíamos intervalos donde bailábamos algunos ballenatos, muy pero muy románticos. Todo muy lindo hasta que un día me dijo que se iba a Alemania. Y también me dijo que me quería llevar.
Mi reacción fue vestirme rápido y salir corriendo. Al instante llamé a mi psicóloga y le pedí turno urgente. Necesitaba consultar a mi doctora de cabecera (o de la cabeza mejor dicho) que debía hacer, no lo quería, no me pasaba nada con ese hombre. Solo me gustaba estar con él, pero no hubiera dejado mi país, mis ganas, mis cosas por él, por conocer un lugar que queda en el otro lado del mapa. Y que, encima, se habla un idioma totalmente difícil.
Luego de la consulta, luego de días de reflexión, le mande un mensaje de texto y le dije que no iba a ir con él, que no quería saber más nada. Que me iba a ir a misa a rezar por el por recomendación de mi psicóloga y que tenga un buen viaje!
Todo eso pasó en menos de un mes, ahora me pregunto sentada disfrutando de la brisa que pasa por el balcón, qué hubiera pasado si hubiera ido, me hubiese enamorado?
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