martes, 18 de enero de 2022
La Dotación - Antología 2021
sábado, 18 de diciembre de 2021
2001
Las cacerolas sonaban en casi todo
el país menos en mi barrio. El mismo barrio donde está el famoso Cottolengo al
que dos años después de ese diciembre de 2001 iría Gastón Pauls con su programa
“Ser Urbano”. Amaba salir a caminar con mis amigos por sus calles y sus
recovecos, me lo conocía de punta a punta, manzana por manzana. Son esas cosas
que tiene el conurbano, más verde y calles más amables para salir a caminar por
ahí, ya que casi nunca se usan las veredas y depende de la zona, puede ser que
ni siquiera existan. Sin embargo, ese silencio no venía solo, estaba lleno de
tensión e incertidumbre, creo que la gente no salió a protestar porque el
barrio no tiene una plaza principal como la mayoría de los lugares.
De la Rúa declaró el estado de
sitio, pero eso no detuvo a que saquearan el Dia% (¿se lee “día” o
“diaporciento”?) que estaba en una de las entradas. Luego de ese momento, el
supermercado se transformó en ruinas, a los meses en un basurero y a los años
devino en un descampado. Aún agradezco no haber sido la dueña de esa sucursal,
habrá sido difícil ver cómo en un par de horas un lugar super concurrido se
transformó en nada. Según Google Maps ahora es un estacionamiento, pero en una de
las paredes que sobrevivió al ataque y a los años aún se puede ver su pasado con
los colores de la marca.
Si no recuerdo mal, el 19 pasó como
una jornada más, no hubo mucha repercusión en el barrio más que estar pegados a
la tv para ver que sucedía. Era salir al palier para escuchar el sonido de las
teles de todos los departamentos al unísono, fenómeno que solo sucedía con
¡Hola Susana! y con Videomatch. Incluso, en esos días mi papá estaba contento
de ir a trabajar porque el recorrido desde Claypole hasta el barrio de Monserrat
(veinte minutos de colectivo hasta Burzaco, cincuenta minutos de tren hasta
Constitución y otros quince o veinte minutos hasta Monserrat) iba a ser más
cómodo que lo habitual. Sobre todo porque él hacía este recorrido dos veces de
ida y dos de vuelta.
Pero la noche del 20 no fue una más
y creo que ese día realicé mi primer trabajo periodístico. Desde los doce años
que escribo poesías, cuentos, cosas sin sentido. Desde muy chica tuve un
complejo de superioridad intelectual (me creo más intelectual que el resto) que
la vida me fue quitando pero reconozco que algo queda y en consecuencia, en ese
momento, sentí la necesidad de escribir todo lo que sucedió esa noche en la que
mi mamá, mi hermana nueve años menor y yo estábamos solas y muertas de miedo.
Esa noche fui una especie de Ana
Frank sudaka del conurbano bonaerense, escribiendo todo lo que sucedió en los
restos del cuaderno de comunicaciones que había usado ese año, el cuaderno de
octavo grado. Transcribo textual con los errores e incoherencias de una nena adolescente:
Horas de tención en Claypole
20/12/2001.
22:30 hs aprox.
Día
de saqueos, es impresionante como está nuestro país, toda Argentina salió a
protestar para que el gobierno de De la Rúa se vaya en medio de su mandato. La
gente sufre, pelea y no sabe que hacer.
Estoy
nerviosa, recién acaban de avisar que empezaron a saquear los departamentos
vecinos, mi mamá no sabe que hacer, yo lo único que espero es que este pedazo
de papel escrito sirva de fuente para que en el futuro les sirva para saber
todo lo que sucedió en estas fechas.
Los
supermercados reparten alimento y cosas para necesidades básicas, la gente se
amontona y pelea para conseguir un paquete de fideos, de arroz, o un sachet de
leche. Todo es un descontrol.
Todos
los canales de aire hablan de lo que pasa, la CNN no lo puede creer.
La
policía estuvo todo el día reprimiendo a la gente que estaba protestando al
cacerolazo anoche en cada esquina y en cada plaza de capital hubo cecarolazos y
fogones. Encima la CGT pidió paro y mi papá no sé si puede venir.
Todo
el edificio esta con miedo. Llamaron a la policía pero estos dijeron q’ no
tenían más moviles, ni personales… ya no dan a basto…
Nosotros
apagamos las luces; en el palier todos están viendo que hacer.
Me
enteré que estaban en la mzana. 12 y la 9, mis amigos viven en esas manzanas,
tengo miedo que les haya pasado algo.
En
el noticiero dicen que saquearon otro supermercado más.
Le
gente se autocombocó en Plaza de Mayo anoche y todavía siguen. En todo el país
hay policías. Dicen que vienen a saquear, mi corazón no para de latir.
Nosotras
estamos solas, mi mamá, mi hna y yo; sin contar a mi perrita de 3 meses; estoy
sufriendo porque no sé si le pasó algo a Alistar.
El
arzobispo está hablando para tranquilizar al pueblo.
Es
la 22.57 hs y los nervios me matan, nunca pensé que me iba a suceder algo así.
De
repente todo se tranquilizó. Luego de un rato llegó mi papá y dice que fue una
falsa alarma y que vienen de Fuerte Apache y que abajo estaba la gente
esperando a que vengan.
Para
colmo cortaron las líneas de teléfono.
Se
levanto el paro de colectivos.
A
las 11.20 se corta la luz, cada vez se me hace más difícil escribir por la poca
luz que hay. Se desmintió (pero no es seguro) que en la 12 y en la 9 se haya
saqueado. Dicen que todo el barrio está afuera para recibir a los saqueadores.
Se escuchan tiros.
Afuera
dicen que es una sicosis política, entre otras cosas.
Se
ven en las puertas de los edificios la gente para proteger sus pocas
pertenencias. Se oyen tiros muy fuertes como si fueran acá en frente. No estoy
segura. Los perros auyan.
Hay
demasiado silencio para nuestro gusto.
Nos
llaman a cada rato para comunicarnos lo que ellos podían observar por
televisión avisándonos todo lo que pasa porque antes que se cortaran los
teléfonos mi mamá llamó a un par de conocidos avisándoles lo que nos sucedía.
Se
escuchan sirenas. Mi vieja tiene miedo de que vuelvan los militares. Mi papá
tiene a mano un machete y un palo por si llegase a pasar.
La
sirena de los bomberos se empezó a escuchar luego de un largo rato de silencio,
tengo miedo por un amigo que es bombero.
Están
sobrevolando helicópteros por el barrio; los nervios pasaron la tensión no. En
algún lado hay tiroteos. Apenas se escuchan algunos gritos y sirenas, es para
una de las entradas del barrio; la luz todavía no ha vuelto.
Las
sirenas pasaron.
Mirando
x la ventana vimos pasar un patrullero con policías ll(y)endo para la 32.
Dicen
q’ en Figueroa y Araujo bajaron 6 colectivos con gente de villas para saquear
casas y tomarlas.
Son
las dos menos diez se está largando a llover y a lo lejos se escuchan aplausos
y silvidos.
No recuerdo porqué no escribí lo
que sucedió al día siguiente. El barrio estaba vacío, los negocios cerrados. Mi
madre siempre tuvo una actitud de “acá no pasó nada, hay que seguir” y creo que
fue por eso que me mandó a hacer las compras como un día normal. Recorrí toda
mi manzana en búsqueda de lo que me había anotado en un papelito. Las persianas
bajas, las rejas cerradas, los pocos que atendían lo hacían a través de
ventanas y sólo si eras alguien recurrente en su local. Jamás había sentido
tanto miedo como en ese momento. Conocía todos los rincones de mi barrio, pero
verlo desolado fue lo que más temor me dio.
Hace unos años me encontré con
alguien del barrio Carlos Gardel de Morón, un barrio muy similar al mío: barrio
de monoblocks, de gente de bajos recursos y con fama de peligroso. Ya ni
recuerdo su nombre (el de mi interlocutor), ni en qué situación se dio la
charla, pero ellos vivieron los mismo. Exactamente la misma metodología con la
excepción de que los que supuestamente iban en micros para usurparlos era la
gente de mi barrio.
jueves, 1 de octubre de 2020
II Mundial de escritura: Carrera de obstáculos
Tengo sueño, no me quiero despertar. Hubiera estado bueno que me dieran permiso en el trabajo para poder ir temprano hoy o tal vez para faltar mañana que voy a estar destruida. No me voy a poder quedar toda la noche, que mal. Son las 5.45 am. Bueno, me levanto. Ducha, ropa, maquillaje. Desayuno un café con leche y un pedazo de budín barato de Día%. Diciembre tiene esas cosas como desayunar budín. Agarro algo de plata y les aviso a mis viejos que me voy. 6. 45 am. Me tomo el 79 en la esquina de casa, conseguí un asiento, soy feliz. Dormito hasta la estación de Burzaco. Me despierto cuando el malón empieza a bajar del colectivo.
Cuando estoy llegando a las escaleras de la estación, se
escucha llegar al tren. 7.13 am. Empezó la carrera de obstáculos. Bajar las
escaleras, esquivar a los vendedores de facturas y de café del túnel, volver a
subir las escaleras. Amontonarse con la gente para que el guarda no me pida el
boleto que nunca saqué. Llegué a tiempo. La misma gente me metió dentro del
vagón. Busco algo para sostenerme en caso de que el tren frene de golpe, pero
los cuerpos pegados y transpirados me mantienen en el mismo lugar. Me duermo
parada abrazada a mi cartera, hasta Lomas nadie va a bajar.
En la estación de Lomas pude acomodarme un poco mejor,
ensanchar mis pulmones para lo que resta del trayecto hasta el próximo
recambio de público en la Estación de Lanús. 7.40 am. Pude agarrarme de una de
esas anillas que cuelgan. Siempre que las veo pienso en gimnastas de mallas
apretadas. Esas que marcan cada músculo y que dan la ilusión de desnudez. Recién
voy una semana haciendo este trayecto. Me aprendí muy rápido los trucos para
sobrevivir en el Roca.
Estación Constitución. 8.17 am. Ya ni hago esfuerzos por
salir, me dejo llevar. Los andenes se llenan de gente que va en una sola
dirección. Los olores me dan asco: pis, pancho, chorizo a la parrilla, vómito. Las
palomas desayunan las migas en el suelo. No le tienen miedo a las personas. En
el hall dejo de ser parte de un grupo, voy en busca de la Av. Brasil.
Mientras espero que el semáforo cambie de color, voy mirando
la vereda de la plaza. ¿Cuál colectivo estará más pronto a salir? En el 39
puedo subir parada a cualquiera, en la parada del 168 las cosas funcionan
diferente. Me tomo el 39, es más rápido sin dudas. Corro para agarrar el
colectivo que esta saliendo, el chofer fue buena onda y me esperó. Saco boleto. Ochenta por favor. El viento de las ventanillas abiertas alivia un poco
el sofocamiento del tren y el calor que ya está empezando a picar. Estoy bien
de tiempo, faltan veinte minutos para las 9 am.
Me bajo a unas cuadras del restaurant. Camino medio zombie,
medio nerviosa. Todavía me genera eso. Es mi primer laburo y no tengo que dejar
mal a mi viejo. Lo que pasa en el trabajo no es muy interesante. Pan dulce,
puerta, almuerzo, mesas, pan dulce, pan dulce, pan dulce. La señora de los
funerales hace cola tres veces, les compra pan dulce a los famosos. Una marca
de jugos aprovecha para dar muestras gratis en la fila que se arma alrededor
del restaurant. La gente ni se inmuta. Hace cinco o seis cuadras a las dos de
la tarde por un pan dulce bajo los treinta y pico de grados de diciembre, está
loca.
Fin de la jornada laboral. Reviso mi celular de camino a la
parada del colectivo. Explota. Mensaje de mis amigas, de otros compañeros del
colegio. Había que estar a las 7 en Burzaco para sacarnos las fotos. Son las 6
y 20. No llego. La recepción es a las 21. Listo. Voy directo a la recepción. No
me importan las fotos. En realidad tampoco me interesa tanto la recepción, pero
después va a haber joda y va Marcos. Es al único que invité.
Constitución es muy diferente a la tarde. La gente hace fila
para entrar en los vagones. Cada puerta tiene su fila. El centro del andén está
lleno de puestos, golosinas, ropa, cosas que siempre se necesitan: enchufes,
adaptadores, tapones para los termos, etc. El olor de los panchos y del Paty se
vuelve tentador. Tengo hambre.
Me subo al primer tren que sale, está un poco lleno, pero hoy
no tengo tiempo para esperar uno vacío. Viajo parada. El calor de las vías se
siente en el piso del vagón y se siente en las suelas de mi zapatos. Burzaco.
Mi casa. 8 pm. Mis viejos y mi hermana ya están preparados. Solo falto yo. Me
baño rápido, me depilo rápido. Busco un vestido negro, el mismo que usé en
varios cumpleaños de 15. Me queda bien, es negro. Listo. No necesito más. No
tenía tiempo para comprarme un vestido para una fiesta en un salón de
decimoquinta. Prefiero seguir trabajando.
Remís. El más destartalado de la remisería. El caño de escape
golpeaba contra el asfalto. El chofer se baja cada cinco o seis cuadras para
atar el alambre. Salón El Pampa. Fuimos los primeros en llegar. Me siento en el
muro que lo separa de la ruta. Del otro lado, descampado. Eligieron el salón
más feo de todo zona sur. Tengo sueño. Me duelen los pies. Los levanto en el
muro, me recuesto en una columna. Llegan los profesores y nos dejan entrar. Mis
viejos buscan su mesa y se sientan. Yo charlo con los profes, les cuento sobre
mi laburo. Mis compañeros no llegan más. De a poco, los padres van llegando.
10.30 pm. Llegan los chicos. Armamos la entrada al salón. Como si fuera un
cumpleaños de quince o un casamiento. Salimos anteúltimos, los tres juntos:
Pulga con Sabri y conmigo, una en cada brazo. Papu va último. Su novia no
quiere que vaya con alguna chica.
Cenamos un pollo feo. Nos ponen un birrete y una toga como si
fuéramos egresados yanquis. Los del otro grupo copiaron un texto de internet,
quieren que alguien lo lea. Me presionan. Haber hecho radio me juega en contra.
Lo escribieron a mano, a las apuradas. No entiendo la letra. Lo leo dos o tres
veces a modo de práctica, pero sé que no va a servir. Me empujan al medio de lo
que después va a ser la pista de baile. Leo como puedo. Nadie entiende nada. Yo
tampoco. Hubo un aplauso triste. Cantamos la del Golden Rocket aunque ninguno
de nosotros vio ni un episodio del programa. Postre. 1 am. Se empieza a
escuchar voces que vienen desde afuera. Echan a los padres. Comienza la joda.
Llega Marcos. Compra una cerveza con menta. Un asco. Nos sentamos, estaba
cansada, él me entiende trabaja en gastronomía. Tomamos y pongo mis piernas
cansadas y mal depiladas sobre sus piernas. Hablamos. Me acaricia las piernas
con uno o dos dedos. No le interesa pincharse. 3 am. Vuelvo a casa. Duermo. A
las 5.30 vuelvo a empezar.
lunes, 14 de septiembre de 2020
Eran las 4 a.m.
Llegué de un día agitado, de esos en los que corrés de un lado a otro de la ciudad, reuniones, café, un momento de verde en la costanera. Las llaves de otros lugares y el llavero golpearon contra la puerta en cada vuelta que dio la cerradura para abrirla. La luz de la cocina era la única que alumbraba la casa.
Cerré la puerta, me saqué los zapatos negros y los dejé en un costado cerca de la entrada, prendí la tele, le saqué el volumen, puse música. Con el celu busqué en Spotify algún disco de Beirut o de Pink Martini, empezó a sonar en los parlantes repartidos en mi hogar. Algo tranqui, para bajar del quilombo del afuera.
Pasé por el baño, hice pis, me lavé las manos, la cara. El maquillaje se empezó a escurrir. El rímel corrido me convirtió en una actriz de telenovela. Aproveché ese desastre y empecé mi rutina de cremas y lociones para sacar las capas de maquillaje restantes. En el medio, me desabroché el corpiño que me estaba lastimando, uno de los alambres se me estaba saliendo y me pinchaba un costado del pecho.
Me saqué uno por uno los veinte invisibles que dejaban tirante mi peinado, me saqué la colita. Mi pelo fue libre, lo sentí en el cuero cabelludo que empezó a doler y a latir, como si reviviera después de haber estado en coma durante el día.
Deseé bañarme. Dudé. Descarté la idea. Fui desnudándome por el pasillo, de camino al cuarto, mi ropa fue dejando pistas de mi trayecto. Abrí el placard, se trabó un poco al deslizarlo, tengo que arreglar ese riel, los fines de semana siempre me olvido de hacer esas cosas de la casa. Busqué ese pijama que me encanta, el cuadrillé rojo, el que puede ser de viejo yanqui y borracho. Aunque en sus textos Bukowski habla de su desnudez, siempre me lo imaginé con un pijama similar al mío. Aunque, también, podría decirse que se parece a camisa de leñador hípster. Es tan suave y calentito que no puedo evitar usarlo siempre que pueda.
Abrí la cama, busqué el plumón turquesa, se lo puse encima. Tuve que volver al living, en penumbras, tanteando en mi altar busqué el aceite de lavanda. Agarré tres aceites diferentes antes de encontrar el correcto. Me choqué con una silla y el sillón. Voy a tener que cambiar los muebles de lugar, siempre me llevo por delante todo.
Prendí el velador, agarré la almohada, le tiré un par de gotitas del aceite. Me ayuda a dormir, a descansar mejor. Abrí el cajón de la mesa de luz, tenía que verificar que el libro que estoy leyendo estuviera ahí, a veces lo voy trasladando por la casa y cuando me voy a acostar no lo tengo a mano y es un bajón volver a salir de la cama.
El cuarto estaba listo, preparado para pasar la mejor noche del mundo mundial. Fui a la cocina, busqué una copa, busqué ese vino blanco que compré el otro día en el chino. Lo descorché, sentí el aroma ácido y frutal. Sentí en la mano el frío y la humedad de la botella recién salida de la heladera. Me serví un poco y mientras tomaba, apagué la luz de la cocina y caminé con la copa y la botella hasta el cuarto. Los apoyé en la mesa de luz, me metí en la cama, agarré el libro, busqué dónde me había quedado la noche anterior y me puse a leer.
Parece que el vino y el aceite hicieron los efectos esperados, en la tercera página me quedé dormida, a pesar de qué le prometí que lo esperaría despierta.
A las dos y media me despertaron las ganas de hacer pis. Me pareció raro que no haya llegado aún. Lo esperé un rato hasta que me quedé dormida de nuevo, pero nunca llegó. No tuve esa caricia que me despertaba a la madrugada, ni el calor de su cuerpo al que solía aferrarme cuando hacía frío. Entre sueños, manotee el celular que sonaba. Eran las cuatro am.
—Usted es pariente de Jorge Gutiérrez, soy la Doctora Fernández…
Junio 2019.
lunes, 7 de septiembre de 2020
Correr el límite
jueves, 9 de junio de 2016
Sólo sé que desde entonces no me sentía tan feliz, tan completa, tan llena de vida, de amor... Me siento tan agradecida, que no sé cómo canalizar ese sentimiento. ¿Qué se hace cuándo uno se siente agradecido por las cosas que le pasan? ¿Hay algún ritual? ¿O sólo se escribe "gracias" en algún lugar?
Gracias por todo, por lo que viví, por lo que sufrí o lo sentí de esa manera. Gracias por lo que vivo a diario y por lo que vendrá.
lunes, 23 de diciembre de 2013
lunes, 18 de marzo de 2013
sábado, 16 de marzo de 2013
lunes, 4 de marzo de 2013
lunes, 18 de febrero de 2013
Se puede vivir con tanta frialdad? Con poca pasión y si ganas de besar? O sólo será el miedo de querer a alguien, o de lastimarla, o de ilusionarse? No sé, no sé, no sé.