martes, 24 de marzo de 2009

Estoy sola, completamente sola, sin nadie alrededor quién pueda comprender lo que me sucede. Con ganas de entender lo que pasó, lo que se necesita para ser feliz, para salir del tedio que me atormenta, del dolor. Estoy en un desierto lleno de gente, miro para todos lados, tengo que caminar hacia alguna dirección, pero no sé por donde. Todos los caminos son confusos, no se ve nada. Sólo se recuerda un sueño vago, que se esfumó con el tiempo, solo queda ese recuerdo hermoso que duró solo unos instantes... y yo, que no sé que camino tomar...

viernes, 20 de marzo de 2009

Mayo de 2008.

Estaba perdido en la máquina, es muuuy fuerte!

Muero de ganas de decirte cuanto te amo, pero el miedo y la cobardia no me lo permiten... te veo en ese video dia y noche y no puedo dejar de hacerlo... se convirtio en algo adictivo, como si ese film fuera parte tuya, como si estuvieras aca... tus palabras retumban en mi cabeza, no paro de escucharlas, son una tortura, la tortura más linda y dulce, pero la más cruel. Siento el roce de tus manos por mi cuerpo, sin embargo no estas aca, esas caricias y abrazos son el recuerdo que guardo cada vez que me tocás.

No paro de pensar en vos, todo lo que hay a mi alrededor me hace recordarte, cada sonido, cada objeto que miro o toco, cada noticia que pasan por la tele, todo me hace recordarte, me hace imaginar lo que dirias, como lo dirias, con que tono, con que mueca la acompañarias.

Por mucho tiempo pense que no podrias ser mi compañero en la vida, pensaba que no era capaz de concederte todo lo que necesitas, que no ibamos poder complementarnos, pero de un dia para otro, un cambio de actitud en vos me dio una esperanza que ahora no puedo apagar. Tengo mucho miedo de ilusionarme y que despues mi sueños no se cumplan, por eso estoy siendo demasiado prudente, y a la vez, me pasa que me da miedo ser tan prudente y perderte por no reaccionar.


jueves, 19 de marzo de 2009

El fantasma

No hay día de la semana que no voy a esa plaza, a ese banco que da a la calle y miro a la gente que pasa, me quedo mirando a la nada, o tal vez lloro un rato. A veces es mi sala de espera y llevo una revista, un diario o incluso uno de eso libros gordos que ahora leo de vez en cuando, pero que antes se superponían en importancia unos y otros. Me siento y me quedo un rato. Una hora, dos, tal vez cinco, no lo sé.
En esa plaza, en ese banco me contaste todo lo que había pasado, incluso lloraste. Esa vez te noté sincero, lleno de dolor, con angustia, pero hoy no sé que creer. Estoy confundida. No sé si ese día lo soñé o si fue producto de mi voluptuosa imaginación. Cada vez que empiezo a recordar cosas, llego a la conclusión de que tus actitudes fueron extrañas, dolorosas. Ya no importa.
Cada vez que llego a esa plaza me sucede lo mismo, al principio un poco de escalofríos recorren mi cuerpo, los flashes de imágenes de ese día se cruzan con la luz de la tarde, ese naranja fluorecente que limita la vista y me hace ver borroso o tal vez son las lágrimas. Me acomodo en el banco de madera y siento que estás, que secas mis lágrimas, que me besas.
Es tu espíritu, tu aura, tu fantasma que me toca, mientras estoy ahí sentada. Me recibí de actriz en ese banco, simulando que no pasa nada, mientras percibo tus manos entre mis piernas, mientras disfruto de lo que no fue, de lo que no es. Estas presente ahí, solamente ahí te encuentro, como si vivieras dando vueltas por esa plaza, como si tu fantasma viniera al encuentro cada vez que me siento, como si vivieras...

viernes, 6 de marzo de 2009

Resistir, aunque duela.

Era el lugar más concurrido esa tarde, toda la otra ciudad, la ciudad que estaba oculta, la que no se veía durante el día, había decidido que esa era una buena oportunidad para mostrarse. Ella estaba ahí, entre ausente y deprimida, tomando una cerveza en el bar. Miraba a la gente que pasaba, anotaba cosas sin sentido en su anotador y meditaba lo idiota que se sentía, otra vez había sido generosa y se había quedado con las manos vacías.

Él la vio, se acercó y se sentó en su mesa. Ya se conocían, no mucho, pero lo necesario como para reprocharle su estado de ánimo con un “¿Qué haces?” en un tono casi descalificativo. Ella lo miró sin darle mucha importancia, su cabeza estaba en otro lado. Le dijo “Tomo cerveza, querés?” y le acercó el porrón. Él, quién siempre decía que la cerveza le caía mal y que por eso tomaba tequila, empezó a hablar de otra cosa, como si no la hubiera escuchado, como si el porrón hubiera sido invisible.

Le preguntó que hacía ahí, porqué estaba sola, quién le había dicho que pintara su boca de un rojo tan extravagante, porque así se parecía a una puta. Ella le contestó que necesitaba salir, que se sentía sola, que estaba cansada de dar todo lo que tenía, que nunca recibe respuesta de la gente y que sus labios estaban de ese color porque necesitaba sentirse linda, aunque sabía que sus ojos estaban hinchados de tanto llorar, que el rimmel había manchado un poco más que los párpados y que parecía que tenía ojeras. Sabía que a simple vista todo el mundo la confundiría con alguien que pasó varias noches sin dormir, vagando de bar en bar en busca de algún consuelo.

Él la miró con pena. Ella le preguntó cuál era el truco para no enamorarse, para no comprometerse, si se sentía solo o no. Él le dijo “Vamos!”.

Caminaron bajo la lluvia abrazados bajo el paraguas, como si fueran una pareja de años, como si ambos tuvieran la misma edad, la edad de ella. Pero no, él un par de décadas mayor y con la actitud de un joven, solamente la protegía del frío y de la tormenta. Llegaron al destino que él había elegido, hasta donde la había guiado tomándola por la espalda y cubriéndola con esa campera.

Subieron por las escaleras de mármol, hasta la puerta de su departamento. Él todavía no había dicho cómo hacía para no enamorarse. Ella en el fondo lo envidiaba, siempre daba todo, se desvivia por ellos. Siempre terminaba sola. Él siempre eligió estar solo.

Ella le preguntó porqué la había llevado hasta ahí. “¿Me querés coger?” le siguió a la pregunta anterior. Él, largó una carcajada, aunque se le estrujó el corazón. Ella, rápidamente, lo interrogó sobre sus últimas citas, si las había llevado ahí, si iban directamente al hecho o las engatuzaba hablándoles sobre cosas banales. Si eran rubias, morochas o si tenían tatuajes en lugares insólitos. Él no paraba de reírse, se divertía con las ocurrencias de ella y le siguió el juego. Le dijo que el consorcio del edificio le pidió muy amablemente que no llevara más señoritas a su departamento, que por los gritos la gente no podía dormir, que desde hace meses tiene cuenta corriente en el telo de la esquina, que se conoce a todas las mucamas y a todos los recepcionistas, que lo invitan con copas, ya que era un cliente de “casi todos los días”. Ella esbozó una sonrisa, aunque su cara indicaba dolor, dolor en el pecho, en el corazón.

Él trajo un par de copas y varias botellas de diferentes bebidas de alta graduación alcohólica. Ella eligió la del medio. Así pasaron la noche, tomando y hablando de la vida, de lo complicado que es el amor. Recién cuando estuvo muy borracho le dijo la verdad, le respondió ese interrogante formulado en el bar. Su corazón había sido lastimado cuando era joven y desde entonces se había prometido nunca más intentar algo con alguien. Con el pasar de los años, se fue sintiendo más inseguro, más frágil por dentro y solo la idea de que pudiera llegar a querer a alguien lo aterraba. Le daba miedo. La admiraba porque siempre apostaba al amor, pero se lamentaba que no tuviera la suerte necesaria para cruzarse con esa persona que valga la pena.

Estaba amaneciendo, él le aconsejó que nunca dejara de apostar al amor, que aunque duela, sea capaz de resistir, que sino el miedo se apodera de todo y uno se paraliza. Ella le prometió que nunca dejaría de resistir, aunque a veces sintiera que se moría de a poco.

miércoles, 4 de marzo de 2009

Costumbres (como uno se acostumbra a usar cosas dependiendo de las cosas que le sucedan en la vida)

Hay cosas a las que no logro acostumbrarme, o con las cuales me niego a sentirme cómoda. Casi siempre es relativo a la vestimenta o a los accesorios.
Por ejemplo, tuve (y aún lo tengo) un gran problema con los jeans. Desde los 5 hasta los 12 nunca usé un par de esos pantalones, me sentía incomoda, apretada, era una cosa de varones y yo era una nena. Como no jugaba y siempre estaba metida entre los grandes, tener una pollera o un vestido era lo más femenino, lo más cómodo y no tenía inconvenientes para moverme libremente, total nunca trepé un árbol, nunca corrí, nunca compartí demasiado.
A los 12 hubo una revolución, en mi mente claro está, empecé a darme cuenta que ya no era una nena, que estaba creciendo, que mis aventuras iban más allá de ver Discovery Channel y meterme en la conversación de los grandes y fue en ese momento cuando empecé a compartir más, a afianzar mis amistades del colegio, a ir al shopping con mis amigas y hasta ir a bailar muuuuy de vez en cuando. Mis actividades fueron otras y eso hizo que empezara a vincularme con los jeans. No los usaba muy seguido, pero ya era un avance, tuve un solo par, desde los 12 hasta 14. Y como fue una etapa muy hippie, eran oxford.
A los 15 todo cambió, comencé el polimodal, cambié de colegio, cambié de uniforme. Dejaría atrás la pollera gris tableada que me acompañó durante nueve años, por dos pares de jeans RECTOS. No eran tan feos, pero para alguien que habia pasado del hippismo (inventado, porque la verdad no sé que tenía de hippie) para empezar a adentrarse al rock rolinga, era fuerte. Los jeans deberian declararse tiro bajo y oxford, el resto era sacrilegio. Con el tiempo me acostumbré, pero le declaré la guerra a los pantalones elastizados, muy de moda por la época (todas se querían parecer a Britney, quien usaba mucho pantalon pegado al cuerpo en sus videos de entonces).
Yo venía barbaro con mis pantalones rectos, casi tradicionales, pero hace un par de años, el grito de la moda impuso un cambio. Los pantalones tipo bombilla, o chupines, como quieran llamarlos, se empezaron a ver en las vidrieras. La mayoría de esos ejemplares eran elastizados. Imaginense lo que sufrí comprar ropa, lo que me negué a verlos (y a usarlos). Practicamente los odié. Hasta que hace un par de meses directamente me compré dos pares. La verdad es que están ahí. En el placard, juntando polvo. Solamente los usé una o dos veces, no más. La verdad es que no me acostumbro, la verdad es que me niego a usarlos, la verdad es que en cualquier momento los regalo. La verdad es que desde los 5 años no cambié nada nada en este aspecto y que sigo prefiriendo las polleras y los vestidos, antes que uno de esos pantalones de tela dura.
Inconforme.